V. OBITUARIO
20.
Jean François Revel (1924-2006).
Paloma de la Nuez
COMO OTROS reputados liberales, Jean François Revel fue socialista en su juventud. Todavía en su libro La tentación totalitaria (1976) hablaba
de poner la economía al servicio del hombre y defendía un
"socialismo liberal", y aunque estas veleidades izquierdistas desaparecieron por completo, su liberalismo conservó siempre ese espíritu inconformista y transgresor que se
suele atribuir –con razón o sin ella– a la izquierda.
Revel era un gran polemista, un panfletario
–escribe Vargas Llosa– a la manera de Voltaire. Era ateo y anticlerical, republicano y racionalista. Estaba convencido de la superioridad de la democracia liberal y de la economía
de mercado y pensaba, contra los prejuicios antiglobalizadores, que la revolución liberal, que definió como la revolución de los derechos, debía expandirse al mundo entero.
Le preocupaba profundamente, hasta el punto de que es un tema recurrente de sus ensayos políticos (los que más repercusiones han tenido), por qué el liberalismo,
que había procurado un grado de libertad y prosperidad sin precedentes en la historia de la humanidad, era continuamente denostado por los que, precisamente, gozaban de las ventajas que para
sí quisieran muchos habitantes del planeta.
¿Por qué la sociedad liberal es continuamente sometida a crítica? Revel creía que los responsables de esa situación eran los intelectuales;
los intelectuales de izquierda; es decir, prácticamente todos. Antes que él, otros pensadores liberales como Mises, Hayek y R.Aron habían tratado también de arrojar luz
sobre el mismo asunto
¿Por qué los intelectuales odian al capitalismo?
¿Por qué odian a los Estados Unidos?
Nuestro autor reconoció en uno de sus libros que no lo sabía con certeza. Cuando un periodista le preguntó cómo podía explicar él que
tantos intelectuales hubiesen estado equivocados, respondió que no tenía una respuesta, que sólo poseía una hipótesis: a partir de un momento de la historia de
la cultura, que aún está por determinar, el intelectual, para sentirse como tal, "necesitó atacar todos los aspectos de la sociedad existente (...)
El intelectual del sigo XX es por definición opositor". Así, el único sistema político
"totalmente pisoteado" por los intelectuales era el democrático (claro está que es el
único donde esto se podía hacer).
Es ésta una cuestión crucial, porque los liberales creen en la importancia de las ideas, y son los intelectuales los que las difunden y los que crean opinión
y, entre ellos, sobre todo, los periodistas. Revel dedicó
muchas páginas de sus libros a tratar de desentrañar los misterios de su oficio: desde el uso del lenguaje (cada vez más degradado, desde su punto de vista) hasta la manipulación
que impide estar bien informado precisamente en una época en la que existen más posibilidades que nunca de poder estarlo.No en vano trabajó como periodista y consejero literario
en varios medios, y fue elegido miembro de la Academia Francesa.
A menudo fue criticado y deliberadamente ignorado por la "intelligentsia" progresista. Muchas veces, más que con argumentos, con insultos o descalificaciones
personales. Y aunque se quejaba de que no se rebatían sus afirmaciones con hechos y análisis racionales, no perdía su sentido del humor ni su capacidad para la ironía.
Pensaba, como había escrito Proust (autor al que dedicó uno de sus libros), que los hechos ni engendran ni destruyen nuestras creencias, por lo que poco se podía hacer contra
la hipocresía y la ceguera ideológica.
Se calificaron sus obras con todos los tópicos que se reservan para los autores liberales que se niegan a plegarse a lo políticamente correcto y que se atreven
a decir cosas que muchas veces no son el reflejo de grandes hallazgos intelectuales, sino el mero reflejo del sentido común. Pero, como
él mismo escribía, la mayoría se plegaba a los términos fetiche de lo políticamente correcto, y ponía el ejemplo de la palabra "diálogo" que
serviría para resolver todos los problemas según los intelectuales y la clase política francesa prácticamente sin excepción.
Precisamente llama la atención del lector español el panorama que describió el autor francés de su país en los últimos años.
La situación política, económica y social que reflejó
induce a un profundo desaliento, pues ofrece la imagen de una nación en franca decadencia: el Estado no funciona, es grande e ineficaz; despilfarra, no aplica la ley y no tiene autoridad;
no hace lo que debería hacer y hace lo que no debe.Como es débil, cede ante todas las presiones, vengan de donde vengan; los políticos se pliegan a las exigencias de cualquier
grupo capaz de amenazar y presionar; las instituciones de la V República, como la cohabitación ("a los franceses les encanta la chochez cohabitacionista"),
no sirven.
La economía no acaba de despegar, el estatismo francés es un lastre: todo el mundo quiere vivir a costa del Estado y estar protegido frente a todo. Si el panorama
que describe Revel es más que preocupante, no lo es menos para el lector español descubrir que mucho de lo que hace unos años se ensayó en el país vecino, con pésimos
resultados, se copia ahora en el nuestro, sobre todo en lo que a la educación ("incuria pedagógica", denuncia el escritor galo) y la emigración se refiere.
Revel suele hacer afirmaciones tajantes que no dejan indiferente a nadie, y hay que reconocer que todo lo que dice, guste o no, está apoyado en argumentos racionales
o en hechos y datos de los que puede dar fe. Seguramente por eso irritaba tanto a sus enemigos, porque a menudo les recordaba lo que ellos hicieron, escribieron y dijeron, tirando de archivo.Además,
tenía una vasta cultura; era doctor en Filosofía y hasta los años sesenta ejerció como profesor de esta materia. Sus libros sobre temas filosóficos son también
muy críticos con algunas corrientes y autores, y con el medio universitario de su país.
Irritaba considerablemente a esa izquierda que, según él, para evitar ser acusada de colaboracionismo con la derecha, se acobardaba y se plegaba a los postulados
de una izquierda mucho más radical.
Revel parece asumir que vivimos en un mundo en el que los políticos y los intelectuales no se atreven a decir lo que piensan realmente; un mundo político en el
que son esclavos de la imagen y del discurso que se espera de ellos. Así, por ejemplo, uno de los principios que debe asumir todo político que se precie, tanto de derechas como de izquierdas,
es el antiamericanismo.
En el fondo, todo es lo mismo. El antiamericanismo es una manifestación más del antiliberalismo y del anticapitalismo reinantes. Es un ejemplo y una obsesión,
y Revel lo denunciaba una y otra vez como un obstáculo más para entender los fundamentos reales de la libertad y de la prosperidad. Pero existen también otros obstáculos:
el proteccionismo económico y cultural; el nacionalismo; el fundamentalismo religioso (no sólo musulmán); la permisividad y el igualitarismo en educación o, por
último, el multiculturalismo. En definitiva, un conjunto de ideas antiliberales, muchas de las cuales se pueden retrotraer incluso a la reacción contra la Ilustración ya en los
siglos XVIII y XIX.
No obstante, debe quedar muy claro que el que nuestro autor defendiera una causa no quería decir, como él mismo precisaba, que no descubriera fallos y errores
en ella, pero la necesidad de combatir el dogmatismo le hacía centrarse más en la defensa de los que creía injustamente acusados.
En cierto modo, puede decirse que Revel cumplía con esa misión que creía Sócrates era necesaria en toda comunidad política, y que él
mismo cumplió muy bien (ser "el tábano de Atenas"). La misión de obligarnos a pensar; de colocarnos ante nuestras propias contradicciones y errores; la de denunciar
nuestra hipocresía e ignorancia, no sin reconocer que también el que nos advierte puede estar equivocado.